Se dice, y con cierta vehemencia, que hombres y mujeres pertenecemos a universos paralelos, y hasta antagónicos. ¿Quién no ha escuchado esa sentencia resignada, suspirada con impotencia y enunciada con contundencia: "no puedo entender al sexo opuesto"? ¿Y cuántas veces no hemos caído en el lugar común de considerar nuestra incapacidad para comprender al otro como una tragedia insuperable? Este artículo no surge de esa visión derrotista. En cambio, nace de un deseo incesante de indagar, de desvelar las misteriosas cualidades sexuales que parecen ser un eco eterno a lo largo de la historia y que, en lugar de acercarnos como especie, parecen abrir un abismo entre nosotros. Así que, en lugar de rendirnos a la supuesta incomprensibilidad del otro, nos proponemos la audaz tarea de desentrañar estas diferencias, de rastrear sus raíces biológicas, con el propósito de hacer conscientes esos rasgos que nos definen como miembros de una unidad básica sexual. Así, nos aventuramos a explorar los impulsos y sentimientos que diariamente moldean nuestro comportamiento.

Al interior de la humanidad: repensando la condición sexual

Tomémonos un momento para contemplar un caleidoscopio, ese juguete que nos maravilla con su eterna capacidad de generar nuevas formas a partir de la misma cantidad de pedacitos de vidrio. Un caleidoscopio es un ejemplo perfecto para ilustrar nuestro siguiente paso: debemos repensarnos al interior de la humanidad, en nuestra condición sexual. Somos todos parte del caleidoscopio de la raza humana, formamos parte de un todo al mismo tiempo que mantenemos nuestra individualidad. Y así como sucede en este juguete, si prescindimos del barniz cultural, veremos que nuestros actos se separan en fragmentos de colores que obedecen a nuestra unidad básica como hombres o mujeres.

Si fuésemos biólogos, registraríamos estos comportamientos diferenciados y los dispondríamos en un gráfico, examinando los extremos y desviaciones del estándar, un poco al estilo de Gauss y su famosa campana de la distribución normal. Al prestar atención a esos valores y aspectos que más se alejan del centro de la campana, descubriremos las características que nos definen y que, a menudo, se encuentran reprimidas en nuestro día a día. Esta búsqueda nos permitirá entender nuestras raíces y lo que nos configura internamente.

Biología evolutiva y comportamiento sexual

Miremos ahora hacia el mundo animal, y más específicamente hacia los mamíferos, nuestros parientes cercanos. Podemos distinguir dos tipos de comportamiento entre ellos: por un lado, están los monógamos, aquellos que como las suricatas o los chacales, eligen a una única pareja; y por otro lado, están las "especies de torneo", en las que los machos rivalizan para ganar el derecho de aparearse con la hembra, tal y como sucede con los gorilas o los leones. En estos últimos, el juego de la selección sexual es crudo y despiadado: los machos deben demostrar su potencial para que las hembras, jueces supremas, elijan a quien crean portador de los mejores genes, garantía de una descendencia fuerte y sana.

Estas dinámicas de atracción y vinculación sexual pueden ser un espejo en el que nos reflejamos, una guía para entender aquellos comportamientos e impulsos que parecen estar codificados en nuestra psiquis. ¿No es acaso fascinante pensar que los humanos nos encontramos en un punto intermedio entre estas dos formas de interacción? Somos, a la vez, monógamos y competidores, un mosaico evolutivo que refleja nuestras complejas raíces biológicas.

El prisma de la psicología evolutiva

David Buss, un nombre destacado en el campo de la psicología evolutiva, nos ofrece una nueva lente a través de la cual observar este fenómeno. Buss sostiene que nuestra adaptación evolutiva ha moldeado nuestro comportamiento sexual y de apareamiento, dando lugar a estrategias divergentes entre hombres y mujeres. En términos generales, los hombres tienden a valorar la fertilidad y la belleza, signos de salud y capacidad reproductiva, mientras que las mujeres buscan indicadores de protección y provisión, como el estatus y el éxito. El trabajo de Buss en 37 culturas revela que estas tendencias son universales, y trascienden las barreras culturales, proporcionándonos una lente poderosa para entender las diferencias entre sexos no como una fuente de discordia, sino como un reflejo de nuestra compleja historia evolutiva.

El Baile de los Cíclopes y las Esfinges
El cíclope y la esfinge representan la masculinidad y la feminidad, respectivamente. Su baile simboliza la interacción y la atracción entre los géneros, mostrando la complejidad y la complementariedad de las energías masculinas y femeninas en la sexualidad humana.

Un triángulo, un árbol y un cíclope: la complejidad de la atracción sexual

¿Podemos representar la sexualidad humana con figuras geométricas o con personajes mitológicos? Sí, en efecto, se puede intentar. Imaginemos la sexualidad como un triángulo, con una base común de la cual emergen dos ramas divergentes. O como un árbol, robusto y firme en su tronco, pero que se bifurca en distintas direcciones en sus ramas. En este árbol de la sexualidad, los hombres tienden a inclinarse hacia un lado y las mujeres hacia el otro, y cada una de estas desviaciones responde a dos ideales biológicos distintos.

Pensemos en el hombre genérico como un cíclope, aquel ser mitológico con un único ojo en la frente. Su enfoque es unidireccional, su objetivo es simple y directo: sexual y reproductivo. Está dirigido a la belleza y a la salud física de su sexo opuesto, atributos que representan la fertilidad. Pero, ¿qué sucede con las mujeres? ¿Podemos representarlas también con alguna figura mitológica? La mujer genérica, a diferencia del cíclope, es esencialmente compleja, en otras palabras, percibe el mundo en su totalidad, comprende la totalidad de la experiencia, no solo un objetivo único. Al igual que una esfinge, su atractivo se encuentra en su misterio y su profundidad, y su atracción hacia el hombre no se basa únicamente en la apariencia física, sino en factores más diversos y abstractos, como el éxito, el status, la estabilidad y la admiración.

El Espejo de la Evolución
"El Espejo de la Evolución" representa la reflexión de la evolución de la sexualidad humana a lo largo del tiempo. La cadena de ADN muestra cómo los impulsos y comportamientos sexuales están arraigados en nuestras raíces biológicas y cómo nuestras experiencias y antepasados ​​han influido en nuestras expresiones sexuales actuales.

La esfinge y el cíclope: intuición femenina y percepción masculina

Las mujeres, debido a su mayor inversión en la reproducción, deben ser selectivas al elegir a sus parejas. Buscarán a aquel que sobresalga, que demuestre mayor potencial y sofisticación, a aquel que satisfaga sus exigencias. Es como si tuvieran un radar interno, una especie de sexto sentido que las orienta hacia el hombre que tiene la excelencia y la sofisticación que necesitan. Por otro lado, Robert Sapolsky, un reconocido profesor en la Universidad de Stanford, añade un complemento valioso a este panorama: no todo es genética y evolución, sino que nuestros comportamientos y respuestas están igualmente influenciados por nuestro entorno y nuestras experiencias.

Poligamia e hipergamia: el baile evolutivo de la sexualidad humana

Estos fundamentos biológicos opuestos desembocan en dos estrategias reproductivas distintas: mientras que los hombres tienden a la poligamia, es decir, a maximizar su capacidad reproductiva apareándose con varias mujeres, las mujeres buscan al mejor candidato posible, a través de una estrategia denominada hipergamia. Este juego de estrategias refleja nuestras raíces más profundas y básicas como especie, un eco de nuestros ancestros mamíferos más cercanos en la cadena evolutiva. Sin embargo, en nuestra especie, esta diferencia genera una tensión constante e irresoluble que necesitamos aprender a manejar.

El desafío del entendimiento: reconociendo la diversidad de la condición humana

El Laberinto de la Comprensión
"El Laberinto de la Comprensión" simboliza el desafío de comprender y aceptar las diferencias entre sexos. La luz en el centro representa el objetivo final de comprensión y aceptación mutua. Las paredes transparentes simbolizan la necesidad de una comunicación abierta y compasiva para superar los obstáculos en la comprensión del otro.

El último desafío que enfrentamos como especie es reconocer y aceptar estas diferencias inherentes en nuestras naturalezas biológicas. Se trata de salir de ese círculo vicioso que nos divide en opuestos y que nos mantiene en un constante vaivén de atraer y repeler, sin llegar a una verdadera comprensión del otro. Necesitamos hacer conscientes estos atributos para poder convivir, entender y tener compasión por nuestras diferencias. Al final, cada uno de nosotros es un caleidoscopio de influencias genéticas y ambientales, una compleja y hermosa mezcla de cíclope y esfinge.

Así, el estudio de nuestra sexualidad y sus dinámicas no solo nos enseña sobre nuestros orígenes y evolución, sino que también nos da una lección vital: somos una especie diversa y compleja, y es precisamente esa diversidad y complejidad la que nos hace humanos.