Imagina por un momento que nuestra existencia es un hilo tenso entre dos polos. Un péndulo que oscila entre el pasado y el futuro, el interior y el exterior, el orden y el caos. Nuestro ahora, nuestro presente, es simplemente el punto en el medio, esa cuerda floja donde caminamos descalzos. Pero, ¿qué significa realmente caminar por ese filo? En esta reflexión literaria, quiero invitarte a que mires al abismo que habita entre nuestras fronteras, a entender que vivir en equilibrio es una danza constante entre nuestras dualidades. Entonces, ¿te animas a redescubrir conmigo este paraje limítrofe de la existencia?
Un vals entre la lógica y la intuición
Podemos imaginarnos como un equilibrista, balanceándose en la cuerda tensa de la vida, oscilando entre el orden y el caos. Este equilibrio, esta danza entre extremos, es nuestro constante desafío. La clave radica en saber balancear nuestro intelecto analítico con nuestra intuición primigenia.
De un lado de la cuerda, tenemos nuestra mente analítica, esa calculadora infinita que siempre está trazando líneas hacia el futuro, ese horizonte que percibimos como un caos, un lienzo en blanco que amenaza con desintegrarnos. La lógica, como un marinero en la tempestad, busca controlar el caos, tratando de predecir el futuro, de ordenarlo, como si se tratase de un rompecabezas. Como quien intenta prever el recorrido de una hoja en el viento a través de fórmulas matemáticas.
Este intento de imponer orden al caos se refleja en cómo intentamos predecir los fenómenos naturales. Por ejemplo, en la astronomía buscamos predecir la rotación de los objetos celestes, en meteorología, intentamos prever el clima mediante cálculos complejos. Sin embargo, a pesar de nuestros esfuerzos, sólo obtenemos aproximaciones. Nuestra razón, por más precisa que sea, no puede abarcar todo. Me gusta llamar a esta lógica nuestra alta definición: un marco mental que parece sólido e inamovible, pero que es frágil frente a la incertidumbre.
Imagínate perdido en medio de un bosque, tu GPS ya no funciona y la batería de tu teléfono está muerta. Aquí, la tecnología de alta definición se vuelve un adorno inútil. En ese momento de desamparo, surge de las profundidades de nuestro ser un antiguo instinto, una intuición que parece decirnos: "confía en mí, te guiaré de vuelta a casa". Ese sentido de orientación que no sabíamos que teníamos y que nos ayuda a encontrar un camino de regreso es nuestra respuesta intuitiva a las adversidades.
El eco de lo intuitivo y la memoria del orden
Por el otro lado de la cuerda tenemos nuestra intuición. Aquella que, como un guardián del tiempo, mira hacia atrás, hacia ese orden innato que ha evolucionado con nosotros. Nuestro cuerpo, con su simetría y equilibrio, es un testimonio viviente de ese orden primigenio. Intuitivamente, buscamos retornar a ese pasado armónico, a ese esquema de baja definición que se expresa en términos más abstractos y simbólicos. No obstante, un retorno absoluto al orden también puede ser perjudicial, como un río que se congela y detiene su fluir.
Actualmente, estamos inclinados a enfocarnos más en el futuro, a mirar el mundo desde la perspectiva analítica, y a menudo nos desconectamos de nuestras raíces, de nuestro ser interior. Este desacoplamiento genera tensiones que surgen de una discrepancia entre lo que la sociedad dice que es "bueno" o "positivo" y las emociones "negativas" que experimentamos pero que a menudo reprimimos. Así que, si nos volcamos hacia atrás, nos arriesgamos a convertirnos en estatuas petrificadas, y si solo miramos al futuro, nos perdemos en un mar de caos. Por ello, es crucial entender que nuestra esencia radica en ser esa cuerda floja, ese presente vibrante que mantiene un equilibrio saludable entre lo que nos impulsa a evolucionar y lo que nos ancla en nuestras raíces.
La frontera que baila: un presente entre el ayer y el mañana
Imagináte un segundo, ¿qué pasa si te cuento que este momento, este presente, es la delgada línea de frontera donde nuestros dos universos conviven? Sí, hablo de nuestro yin y nuestro yang. Aquí, en el fulgor del ahora, se encuentran y danzan al ritmo de un tango, creando un equilibrio que nos ancla al compás del cosmos. El tiempo, entonces, no es una fórmula que ponemos a correr como un relojito, sino una vivencia, un ir y venir que nos aleja y acerca de esa frontera equilibrada, que no es otra cosa que nuestro presente. Entonces, ¿dónde está el truco? ¿Qué hace tic-tac en realidad? No son los relojes, ellos marcan las horas para las máquinas. Para nosotros, para los vivos, el tiempo se mide en experiencias.
¿Vivo o muerto? La esencia del tiempo
Para el mundo de afuera, ese que parece tan sólido y palpable, medir el tiempo con un reloj tiene sentido. Porque el mundo exterior, desde nuestra perspectiva, ya está muerto. Se sostiene de esa lógica analítica donde el futuro es un campo abierto donde todo puede suceder, un caos que amenaza con desintegrarnos. Pero ahí, en el fragor de la existencia, surge el verdadero secreto: sentirse vivo no es mirar cómo avanzan las agujas del reloj. Sentirse vivo es advertir esa pequeña disonancia entre la intuición y la razón, esa leve desafinación que nos dice que algo no está cerrando, algo no está en su lugar.
Pensemos por un momento en Albert Einstein, un tipo que tuvo la intuición de que el tiempo no es constante y se propuso invertir lo que se creía en su época. ¿No fue, acaso, una decisión artística? Como un pintor frente a su lienzo, Einstein decidió equilibrar lo que sentía que era correcto con lo que el mundo le decía.
Tiempo: el artista del ser
El tiempo es un artista, juega con nosotros en un lienzo de ambigüedades. Cuando sufrimos, cada segundo se estira como un chicle y parece que nunca se va a terminar. Pero, por otro lado, si lo pasamos bomba, las horas vuelan y, si llevamos eso al extremo, sería como si no hubiésemos vivido. Son dos caras de una moneda, dos extremos de cómo vivimos la vida, entre el orden y el caos. La pregunta del millón entonces es ¿cómo queremos vivir la vida? ¿Cómo queremos experimentar el tiempo? Si elegimos un camino de puro placer infinito, nos vamos a consumir rápido, quemando años como si fuesen fósforos. Por otro lado, una vida llena de sufrimiento va a hacer que cada día parezca eterno, llevándonos a anhelar el final. Entonces, para experimentar la vida en plenitud, hay que seguir el manual de instrucciones de nuestro organismo. Sí, nuestro cuerpo, con su sabiduría innata, nos marca el camino. Como cuando nos avisa que comimos de más o que necesitamos un vaso de agua. Lo mismo pasa con el tiempo. Vamos a percibir el tiempo correctamente, como corresponde, cuando estemos en sincronía con cómo vivimos la vida y cómo nuestra biotecnología ha sido diseñada para experimentarla.
La vida como videojuego: superando la curva del desafío óptimo
¿Y si te digo que la vida es un videojuego? Nuestro organismo, esa increíble máquina biológica que somos, está diseñado para superar adversidades. En los videojuegos, existe algo que se llama "la curva del desafío óptimo". Están programados con distintos niveles, cada uno un poquito más difícil que el anterior. Si los desafíos son muy fáciles, te aburrís y dejás de jugar. Pero si son demasiado difíciles, te frustrás y también abandonás. El desafío óptimo es el punto justo entre el aburrimiento y la frustración. Ahí, en ese balance perfecto entre la monotonía del orden y el vértigo del caos, es donde la vida se siente en su lugar. Cuando percibís que estás en sintonía con tus dualidades. Así es la vida, nuestro presente, un caminar entre fronteras.